A lo largo de la historia de la literatura es algo sobradamente conocido, seguramente incluso inconscientemente aceptado dentro de las estructuras sociales, la casi nula presencia de las escritoras de cualquier género en los procesos de construcción del canon literario.
Un caso rotundo de ocultamiento es el de Mariluz Escribano, nacida en 1935. La granadina, considerada una de las 86 poetas más destacadas de la poesía femenina en español por Lanseros y Merino (2016), empieza a publicar tardíamente (su primera obra, Sonetos del alba, es de 1991), lo que hace que resulte imposible enmarcarla generacionalmente dentro de la que, por edad, debiera ser su promoción (la Promoción del 60). Es un caso tan infrecuente como relevante por la calidad de su obra que obliga a un rescate necesario.
Heredera de la mejor tradición literaria, desde un enfoque heterogéneo que viene a enfatizar los rasgos de originalidad que la caracterizan, su identidad literaria es el resultado de su actitud vital de distanciamiento, de su carácter rompedor e independiente marcado habitualmente por tres cuestiones esenciales: la infancia, la defensa de Granada y la soledad. Todo ello desarrollado en su poliédrica trayectoria (poeta, narradora, columnista de prensa), Escribano representa esta literatura ha permanecido sumergida, como los pecios cargados de materiales valiosos hundidos en el océano de la ignorancia despreciativa.
Razones ideológicas, culturales, sociales e incluso educacionales han provocado la marginación casi generalizada de las poetas a lo largo del siglo pasado. Ahora ha llegado el momento de sacar a la superficie esta verdad interesadamente encubierta y de que se abandonen los posicionamientos radicales cargados de sectarismo radicalizado. Es la hora de que el estudio serio y riguroso, ajeno a la visceralidad imperante en este contexto de confrontación civil, sea el eje sobre el que pivoten los estudios literarios de la poesía española. Sólo así el nuevo lector reconocerá y valorará el trabajo que se hace desde el campo de la crítica literaria en la (re)construcción de un canon que resulte lo más auténtico y objetivo posible; en el caso de Escribano, su trayectoria poética, siempre in crescendo, le granjeó en 2019 el Premio de las Letras Elio Antonio de Nebrija, pocos meses antes de la muerte de Escribano, que tuvo lugar el 25 de julio de 2019. En esos últimos años de su vida había recibido también la Medalla de Oro al Mérito de la Ciudad de Granada y la Bandera de Andalucía. Hoy, un año y medio después de su muerte ha sido reconocida como Autora Clásica del Año en Andalucía, pero falta por hacer lo más importante: lograr que se la incluya en el canon y que los lectores españoles tomen conciencia de la trascendencia de voces como la de Mariluz Escribano, ya conocida por muchos como la poeta de la memoria y la concordia civil, la mejor heredera de Antonio Machado que requiere imperiosamente un lugar en la Historia de la poesía española.
Las personas interesadas deberán enviarla antes del 6 de diciembre de 2021.
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